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La maquinaria antropocéntrica del neoliberalismo y el maltrato animal

Dr. Pablo Lazo Briones*

Como faceta radical del neoliberalismo, consideremos el antropocentrismo como “maquinaria” o “régimen de operaciones” en un mundo en el que los animales se domestican, se explotan, se eliminan. Así considerado como conjunto de técnicas y políticas en funcionamiento, no como simple concepto abstracto o como ideal moral trascendente, se visibiliza como lo que realmente es: la operación de una cultura que se erige sobre y contra la animalidad. Aunque su dinámica en el mundo siempre tiene mucho de conceptual abstracto y un juego reiterado de valoración moralizante, estas son formas derivadas del verdadero problema de su vigencia y de su historia, es decir, el problema del cierre del mundo a la medida humana.

 

El término antropocentrismo, pues, no se presta a una definición simple como posición teórica perteneciente a una escuela o a una tradición única de pensamiento. Siendo un complejo de teorías de diverso género –tanto racionalistas como irracionalistas, ético-normativas como políticas y jurídicas- se entreteje más de una vez con actitudes de dominio en el mundo, mentalidades de privilegio de lo humano que se despliegan a su vez en múltiples operaciones prácticas de vida, e imposturas culturales presentes en las formas colonialistas de ocupar los espacios y hacerlos propios. No obstante su complejidad y cruce de sentidos teórico-prácticos, una primera aproximación del antropocentrismo como praxis permite visibilizar algunas estrategias de crítica o deconstrucción desde el centro mismo de su regulación y estructura internas.

Importa ubicar en primer lugar el despliegue fáctico del antropocentrismo. La centralización forzada del hombre, que es al mismo tiempo una impostura jerárquica por encima de los animales, no tiene simplemente un carácter teórico referente a una imagen o a un ideal humano, sino implica ya siempre un tratamiento subordinado de los animales, una praxis de sojuzgamiento, conquista y dominio de la vida en general y de la vida animal en particular.

 

 

El conjunto de prácticas que pueden denominarse antropocéntricas en este sentido -antes que una teoría metafísica, epistemológica o antropológica- es el dato primero cuando se centra la atención en la crítica que puede hacerse sobre la dimensión teórica y simbólica del hombre como centro de su mundo, al que le está permitido, de hecho y por derecho, retener, explotar y eliminar a los animales. El mundo como terreno que se puede delimitar, modificar y regular, o territorializar y estriar para decirlo con imágenes de Deleuze y Guattari, en las formas del extractivismo, la expoliación de la tierra y la explotación de la fauna para fines humanos.

El levantamiento de una racionalidad pura, solamente humana, es el ardid de una voluntad de verdad que quiere fijar el sentido del mundo desde la medida humana.

Por supuesto este conjunto de prácticas territoriales y de explotación antropocéntricas, siempre está acompañado de teorías filosóficas (y religiosas) en las que el hombre justifica ser la medida de todas las cosas. El problema principal de esta justificación, no importa la tendencia o herencia teórica a la que pertenece, es que genera una valoración de su especulación abstracta como si fuera independiente de toda determinación práctica proveniente del mundo de la vida que pretende dominar, es decir, de la acción y la valoración que son realmente su condición de posibilidad. La mayor parte de las veces, puede sostenerse desde una mirada nietzscheana, esta justificación antropocentrista opera como un “prejuicio de filósofos” no advertido, o negado cuando es advertido, pues se hace en nombre de una racionalidad pura que no admite su origen instintivo o irracional, designado como animalidad o como vida no humana en términos generales.El levantamiento de una racionalidad pura, solamente humana, es el ardid de una voluntad de verdad que quiere fijar el sentido del mundo desde la medida humana. Esta operación antropocéntrica engañosa, amañada, en la que el antecedente pasa como el consecuente y en la que se neutraliza así la valoración real que condiciona la teorización filosófica, se impone como diferencia absoluta entre hombre y animal, o dicho más enfáticamente, como subordinación del animal al hombre.

 

*Académico de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México

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