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Salmo a la COP30

Pedro Pablo Achondo*

 

Décadas clamando el dolor de la Tierra

y el clamor de los pobres.

¡Qué difícil mantener la esperanza!

 

Los cristianos en Belén de Palestina

nos sumergimos en una esperanza sin palabras

en la celebración cósmica de una Promesa cumplida.

 

Pero en el Belén de Pará,

No sabemos bien qué esperar.

 

¿¡Cuántas reuniones debemos realizar!?

¿¡Cuántas discusiones y negociaciones aguanta la Tierra?!

 

En Belén de Palestina nació la esperanza,

¿Qué nacerá en Belén de Pará?

 

Oh Dios, tú que eres siempre fiel y cuya sonrisa habita

los páramos y las montañas,

la serenidad del mar y las olas furiosas,

los campos llenos de frutos y la nieve que cae despacio.

Oh Dios, tú que soplas los vientos y levantas el Sol

Tú que abrazas a los sufrientes y consuelas a las madres en Gaza.

Tú, el único capaz de consolar,

el único que espera contra toda esperanza.

 

Mientras nosotros no encontramos una salida estructural

a la debacle socioambiental,

Nosotros, un nosotros tan ambiguo en el cual nos incluimos

mientras educamos, oramos, estudiamos y luchamos.

Yo no estoy en ese nosotros, al menos no como los monarcas

y administradores del Amazonas,

no como los dueños de los valles horadados y los patrones

del monocultivo.

Yo no pertenezco al nosotros que destruye mares y mueve glaciares

Para buscar oro.

Yo no.

 

Tú sabes Señor que ese “yo”, somos miles, millones.

Y que ese “nosotros” son pocos, algunos, enceguecidos y llenos de miedo.

 

Que Belén de Pará sea la voz valiente de los que sí queremos un cambio

de aquellos y aquellas a quienes nos conmueve la muerte del Planeta

y el grito desgarrador de los niños en Belén de Palestina. 

 

Se acerca el momento de frenar el extractivismo en todas sus formas,

de derrotar la retórica del progreso y el antropocentrismo,

de silenciar la hegemonía del lucro, del dolar y del euro.

 

Se acerca la esperanza, ella viene despacio y lentito,

camina al son del río y empujada por la brisa suave en la copa de los alerces.

Viene con el rostro pintado como los pueblos amerindios y

el simbolismo chiapaneco.

Viene tímida, al modo de Dios que pide permiso.

Pero viene, la sentimos, la escuchamos,

Viene cantando como los pajaritos migrantes

Y los pingüinos en resistencia,

se mueve como los insectos pequeños y poco queridos

por la industria del agrotóxico,

Allí está, cerquita, la esperanza.

 

De los pueblos, desde abajo, en el día a día.

La esperanza viene, como un niño que juega sabiendo que su tesoro

más grande

es su ser totalmente futuro en el presente.

que ese niño nos toque la puerta en Belén de Pará.

Amén.

Plantón

 

 

 

No sabría que más agregar respecto de una cumbre como esta. Ya se ha dicho bastante y no quisiera repetir. Simplemente agrego un pequeño párrafo para alimentar la esperanza, pues en general lo que leemos o aporta en desesperanza o repite lo que ya muchos sabemos y esperamos.

En este sentido, tanto el Salmo anterior, que es más bien un clamor, como estas pequeñas palabras buscan explicitar dos cosas urgentes para alimentar la esperanza: la creatividad y la memoria. La creatividad como fuente de novedad, de exploración, transformación y belleza. La esperanza se alimenta de la belleza, en cualquiera de sus expresiones y formas. Necesitamos más belleza, de aquella que nos asombra, inspira y reinstala en nuestras posiciones de creaturas. Belleza que despierta y amplía, casi imperceptiblemente, nuestra imaginación. Porque para avanzar en justicia climática y en alternativas pluriversales necesitamos mucha más imaginación. Necesitamos llevarla a los límites. Así y casi como una cruzada, es que hace ya algunos años he insistido en la urgencia de cambiar los conceptos con los que construimos pensamiento, los conceptos con los que venimos haciendo teología liberadora, los conceptos con los que nos contamos historias de perseverancia y alegría.

Mi segunda bandera es la memoria. Pues, ya lo decían tan bien los filósofos judíos y los pensadores latinoamericanos: es de cara al dolor que se resiste en esperanza. Es mirando de frente la injusticia y el sufrimiento como vamos forjando mundos mejores y más bondadosos. No se trabaja en esperanza dándole la espalda a quienes padecen el “desechoceno”, ni olvidando a las víctimas de la historia, humanos y otros-que-humanos. Necesitamos así, una memoria constante, una memoria pacífica, para acompañar al Angel de la Historia en su recuperación de lo que ha sido abandonado, de lo que se ha extinguido.

Ignoro si la COP30 hablará de Memoria o posicionará la Creatividad como sus pilares fundamentales. Mucho menos si animará la esperanza de los pueblos y de la Tierra. No lo sé y en verdad, no lo espero (ojalá me equivoque rotundamente). Pero lo que sí espero es que afuera de las paredes de la Conferencia, allá y en los acá de cada lector y lectora, se levanten gritos de esperanza, que llenos de creatividad y hambrientos de memoria hagan valer la ética, la política y la organización colectiva necesaria para el presente y futuro del Planeta. Eso sí espero y anhelo: belleza creativa, memoria justa y esperanza alegre.

Que lo que venga sea una sorpresa que anime el corazón, que nos haga humanos más tierra, más planta, más volcán, más selva, más ríos, más pájaros; y que la imaginación sin dejarse domesticar abra a un presente de vida buena, bella, celebrada, compartida.

 

*Pedro Pablo Achondo es teólogo chileno, Doctor en Territorio, Espacio y Sociedad por la Universidad de Chile.

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