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II. Raíces agustinianas del papa León XIV

Lo primero, la humildad

 

P. Miguel Miró OAR

 

Acerquémonos con sencillez al papa León XIV y conozcamos algunos rasgos de la espiritualidad agustiniana y eclesial que él vive. Para construir un edificio es necesario primero excavar la tierra y construir los cimientos sobre los que se sustenta la nueva construcción. La humildad es como los cimientos en la vida espiritual (cf. s. 69,2).

San Agustín en la carta al joven Dióscoro, afirma que la humildad es la condición y fundamento de la vida cristiana: “Si me preguntas por el camino para buscar y hallar la Verdad, te diré que no hay otro que el que siguió Cristo. Y te digo que el primer camino es la humildad, y el segundo, la humildad, y el tercero, la humildad; y cuantas veces me preguntares, te repetiré lo mismo; y no porque no haya otros preceptos que se pueden enunciar, sino porque, si la humildad no precede y sigue cuanto hacemos, todo se lo lleva el orgullo” (ep. 68,12).

 

 

En el libro de «Las Confesiones«, Agustín, siendo ya obispo de Hipona, confiesa la misericordia de Dios para con él, confiesa su fe en Cristo, su salvador, y confiesa su pecado. “Al no ser humilde –dice–, no me cabía en la cabeza que ese Jesús humilde fuera mi Dios”. Y narra que cuando buscaba adquirir fuerzas que le capacitaran para gozar de Dios, solo las encontró abrazándose con sincera humildad “al hombre Cristo Jesús que es Dios bendito por los siglos. Él nos llama y nos dice: Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Conf. 7,24). La humildad es para Agustín camino de liberación del pecado y de encuentro con Dios, consigo mismo y con toda la Creación: “Tú eres grande, Señor, y fijas tu mirada en los humildes, mientras que a los que son orgullosos los miras desde lejos” (Conf. 5,3). Después de escuchar las enseñanzas de san Ambrosio, el bautismo le abre las puertas a una espiritualidad de la humildad y del amor. Creer en Cristo es un acto de humildad, escándalo para los judíos, locura para los gentiles (1 Cor 1,23).

A san Agustín le llamaba la atención que san Pablo se refiriera con tanta insistencia a la gracia de Dios. La enseñanza de Pablo en Filipenses 2, 6-11 acerca del Cristo humilde, le causó una profunda impresión. En la encarnación el Hijo asume la humanidad “Él se vació a sí mismo”, es decir, asume una condición humilde. En la cruz, Cristo pobre y humilde se abandona en manos del Padre y le entrega su espíritu. Este es el fundamento de la verdadera humildad, la humildad de este amor nos hace sencillos de corazón y nos une a Cristo humilde. “El descenso de Dios en humildad contrarresta directamente el ascenso humano en orgullo” (A. Fitzgerald).

 

 

Para comenzar a curar a los hombres, el mismo Dios se puso a curarlos, siendo a la vez Médico y Medicina. Puesto que el hombre cayó por orgullo, Dios aplicó la medicina de la humildad (doc. Chr. 1,14). Agustín describe la cruz como la culminación de la senda humilde que conduce a Dios (s. 75,2), y destaca la importancia que tiene la humildad en la vida espiritual: “En todas partes se hallan óptimos preceptos sobre las costumbres y la disciplina; sin embargo, no se encuentra esta humildad. La vena de esta humildad brota de otro manantial; emerge de Cristo… ¿Qué otra cosa enseñó él, si no esta humildad” (en Ps. 31.2.18).

La humildad es la virtud que reconoce lo que viene de Dios y valora al hombre, nos dispone para amar a Dios y al prójimo. No se trata, por tanto, de simples formas exteriores, ni de vivir de apariencias, es la actitud de un corazón agradecido por sentirse amado, abierto a la relación de amor con Dios y con los demás. El humilde es sencillo y pobre de corazón. “No te dicen que seas menos de lo que eres, sino entiende lo que eres; entiende que eres débil, entiende que eres sencillamente un ser humano, entiende que eres pecador” (s.137,4). Donde está la humildad, allí está la caridad. «Dios que eres siempre el mismo, conózcate a ti, conózcame a mí» (sol 2,1). “Solo con la ayuda de Cristo, mediante la purificación por la humildad, puede el hombre recogerse y entrar otra vez en sí mismo, donde comienza a buscar los valores eternos, rencuentra a Cristo y reconoce a los hermanos” (Const OAR, 11). Así, pues, dice san Agustín: “Virtud de mi alma, entra en ella, amóldala a ti… En esta esperanza fundo mi alegría” (Conf 10,1).

 

La espiritualidad agustiniana de la humildad está latente en el magisterio de León XIV:

 

Después de ser elegido Papa, en su encuentro con los cardenales León XIV se presentó como humilde siervo para ejercer su ministerio: “El Papa, desde san Pedro hasta mí, su indigno sucesor, es un humilde siervo de Dios y de los hermanos, y nada más que esto” y añade: “Es el Resucitado, presente en medio de nosotros, quien protege y guía a la Iglesia” (10.05.2025)

En el rezo del Ángelus reconoce la necesidad de la humildad: “Es necesaria la humildad tanto para acoger como para ser acogido. Requiere delicadeza, atención, apertura” (20.07.2025)

En el jubileo de los influencers y misioneros digitales mira hacia el futuro con esperanza y con una actitud humilde:

“Hoy nos encontramos en una cultura en la que la dimensión tecnológica está presente en casi todo, especialmente ahora que la adopción generalizada de la inteligencia artificial marcará una nueva era en la vida de las personas y de la sociedad en su conjunto… Tenemos el deber de trabajar juntos para desarrollar una forma de pensar y un lenguaje de nuestro tiempo que dé voz al Amor. No se trata simplemente de generar contenido, sino de crear un encuentro entre corazones. Esto implicará buscar a los que sufren, a los que necesitan conocer al Señor, para que puedan sanar sus heridas, volver a levantarse y encontrar sentido a sus vidas. Este proceso comienza, antes que nada, con la aceptación de nuestra propia pobreza, dejando de lado toda pretensión y reconociendo nuestra innata necesidad del Evangelio. Y este proceso es un reto de la comunidad.” (Discurso 29.07.2025)

En la Jornada Mundial de la Juventud en la explanada de Tor Vergata ante miles de jóvenes León XIV decía: “Comprar, acumular, consumir no es suficiente. Necesitamos alzar los ojos, mirar a lo alto, a las «cosas celestiales» (Col3,2), para darnos cuenta de que todo tiene sentido, entre las realidades del mundo, sólo en la medida en que sirve para unirnos a Dios y a los hermanos en la caridad, haciendo crecer en nosotros «sentimientos de profunda compasión, de benevolencia, de humildad, de dulzura, de paciencia» (Col 3,12), de perdón y de paz, como los de Cristo” (Homilía03.08.2025).

El 31 de agosto, decía el Papa desde la ventana del Palacio Apostólico: “El Evangelio usa la palabra «humildad» para describir la forma plena de la libertad (cf. Lc 14,11). La humildad, en efecto, es ser libre de uno mismo. Nace cuando el Reino de Dios y su justicia se han convertido verdaderamente en nuestro interés y podemos permitirnos mirar lejos: no la punta de nuestros pies, ¡sino lejos! Quien se engrandece, en general, parece no haber encontrado nada más interesante que sí mismo y, en el fondo, tiene poca seguridad en sí. Pero quien ha comprendido que es muy valioso a los ojos de Dios, quien se siente profundamente hijo o hija de Dios, tiene cosas más grandes de las que gloriarse y posee una dignidad que brilla por sí sola. Esa se coloca en primer plano, ocupa el primer lugar sin esfuerzo y sin estrategias, cuando en vez de servirnos de las situaciones, aprendemos a servir” (Ángelus 31.8.2025).  

En la espiritualidad agustiniana “la humildad y la pobreza constituyen el fundamento de nuestra vida común y espiritual y de tal modo se compenetran mutuamente que nadie puede ser llamado “pobre de Dios”, como Agustín, sin ser humilde” (Const. OSA 32)

 

*Para profundizar más sobre el tema te recomendamos los siguientes libros.

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