León XIV: Dilexi te y los movimientos populares, culmen de un camino de amor y compromiso social.
Mtro. Agustín Podestá*
La exhortación apostólica Dilexi te (“Te he amado”) del Papa León XIV es el primer gran documento de su pontificado y una profunda meditación sobre el amor de Cristo por los pobres. Inspirada en las palabras del Apocalipsis —«Yo te he amado» (Ap 3,9)—, la exhortación prolonga la intuición central del magisterio de Francisco: la inseparabilidad entre fe y justicia, entre adoración y compromiso.
A lo largo de sus páginas, León XIV recorre la historia del amor cristiano hacia los pobres —desde el Evangelio hasta los movimientos populares de hoy— y presenta una teología del cuidado que integra lo espiritual y lo social. Más que un texto doctrinal, Dilexi te es una llamada a renovar la Iglesia y la sociedad desde la compasión, a reconocer en cada herida humana el rostro amado de Cristo y a reconstruir la fraternidad sobre la base de la dignidad de todos.
En este documento, el Papa León XIV presenta a los movimientos populares como el punto de llegada de un largo camino del amor cristiano por los pobres. Ese itinerario comienza en el Evangelio, donde Jesús mismo se identifica con los últimos —«tuve hambre y me diste de comer»— y continúa en la Iglesia primitiva, que compartía los bienes “para que nadie pasara necesidad” (Hch 4, 34).
Desde entonces, la historia eclesial ha sido un tejido de caridad organizada y solidaridad encarnada: los Padres de la Iglesia, como san Agustín o san Juan Crisóstomo, enseñaron que el pobre es “un sacramento de Cristo”; los mercedarios ofrecieron su vida por la libertad de los cautivos; las órdenes mendicantes, con san Francisco y santa Clara de Asís, vivieron la pobreza evangélica como fraternidad; los maristas, con san Marcelino Champagnat, apostaron por la educación de los niños humildes; santos como san Juan Bautista Scalabrini y santa Francisca Javier Cabrini acompañaron a los migrantes; y santa Teresa de Calcuta cuidó de los últimos con ternura y compasión.
En esta misma línea, Dilexi te afirma:
«Debemos reconocer también que, a lo largo de la historia cristiana, la ayuda a los pobres y la lucha por sus derechos no han implicado sólo a los individuos, a algunas familias, a las instituciones o a las comunidades religiosas. Han existido, y existen, varios movimientos populares, integrados por laicos y guiados por líderes populares, muchas veces bajo sospecha o incluso perseguidos. Me refiero a un “conjunto de personas que no caminan como individuos sino como el entramado de una comunidad de todos y para todos, que no puede dejar que los más pobres y débiles se queden atrás. […] Los líderes populares, entonces, son aquellos que tienen la capacidad de incorporar a todos. […] No les tienen asco ni miedo a los jóvenes lastimados y crucificados”» (Dilexi te, 80).
El texto subraya que la solidaridad auténtica no se agota en la asistencia, sino que transforma estructuras:
«La solidaridad también es luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, la tierra y la vivienda […].
La solidaridad, entendida en su sentido más hondo, es un modo de hacer historia y eso es lo que hacen los movimientos populares» (Dilexi te, 81).
Por eso, León XIV invita a las instituciones civiles y eclesiales a reconocer la voz y la fuerza moral de estos movimientos, que animan “la construcción del destino común” (ibid.).
Cuando no son escuchados, advierte, “la democracia se atrofia” y la Iglesia misma se empobrece (ibid.).
El Papa Francisco, en el reciente Encuentro Mundial de Movimientos Populares (Roma, 20 de septiembre de 2024), retomó este mismo espíritu.
A diez años del primer encuentro, les dijo:
“La misión de ustedes es trascendente. Si el pueblo pobre no se resigna, si el pueblo se organiza, persevera en la construcción comunitaria cotidiana y lucha contra las estructuras de injusticia social, más tarde o más temprano, las cosas cambiarán para bien. Como ven, nada de ideología aquí: el pueblo.”
Y agregó con fuerza evangélica:
“No puede sustraerse la Iglesia de la centralidad de los pobres en el Evangelio. Y esto no es comunismo, es Evangelio puro. No es el Papa, sino Jesús quien los pone al centro. Si vos no aceptás eso, no sos cristiano.”
Francisco volvió a insistir en que “los pobres no pueden esperar”, y que de la acción comunitaria de los pueblos depende “tal vez el futuro de toda la humanidad”. Al mismo tiempo, invitó a no caer en la resignación ni en la cultura del descarte:
“Nosotros levantemos al caído, siempre, siempre. Solamente una vez en la vida se puede mirar a una persona de arriba a abajo: para ayudarla a levantarse.”
Recordó que la justicia social es inseparable de la compasión, y que “sin amor esto no se entiende”. La compasión —decía— no consiste en dar limosna “mirando desde arriba”, sino en “tocarse las manos, mirarse a los ojos”, compartiendo la vida con el otro. El amor, añadió, “no es sólo una categoría teológica, también es política y económica: sin amor, perdemos el rumbo”.
Por eso, tanto en la palabra viva de Francisco ante los movimientos populares, como en Dilexi te del Papa León XIV, que prolonga y profundiza su legado, resuena una misma certeza: los pobres no son un tema ni una causa, sino el corazón del Evangelio y los protagonistas de la esperanza.
En ellos se realiza la profecía del amor que “hace historia”, y que invita a toda la Iglesia a caminar “con los pobres y desde los pobres”, como el rostro comunitario de un futuro más humano.
En ese camino, León XIV y Francisco coinciden: sólo desde la compasión y la organización del amor —esa “caridad social” que no excluye a nadie— podremos escuchar, una vez más, la voz de Cristo dirigida a cada comunidad y a cada pobre:
«Yo te he amado» (Ap 3, 9).
*Magister en Teología. Director del Departamento de Teología de la Universidad del Salvador, Argentina.