Skip to content Skip to footer

Nuestra Señora de la Merced. Madre liberadora

Fr. Diego Pérez O. de M

Cada 24 de septiembre honramos a Santa María con uno de los más bellos títulos que a lo largo de la historia se le han atribuido: Nuestra Madre de la Merced.

Merced significa regalo, don, gracia; pero no se trata de cualquier regalo, sino de aquel que se da por verdadero amor, que tiene su origen en un lazo profundo, desde las entrañas; una gracia que se otorga a quien está profundamente anclado al corazón; por ello, Merced tiene su más profundo significado cuando se habla de la Misericordia.

La advocación de la Virgen María de la Merced nace precisamente unida a la acción misericordiosa que san Pedro Nolasco inició en favor de los cautivos cristianos en manos de los musulmanes. A principios del siglo XIII se presentaba la problemática de las invasiones musulmanas a la península Ibérica, lo que actualmente es España y Portugal, dejando a su paso desolación y tragedia; muchas personas eran esclavizadas a causa de su fe en Cristo y llevadas al cautiverio al norte de África. Los cautivos enfrentaban grandes torturas, tratos inhumanos y privaciones que les orillaban a algunos de ellos a renegar de su fe cristiana, logrando que su miseria se redujera un tanto. Sin embargo, muchos otros cautivos morían en manos de los musulmanes o eran vendidos como esclavos, privados totalmente de su libertad.

San Pedro Nolasco, un hombre distinguido del reino de Aragón, siendo mercader de telas en todo el Mar Mediterráneo se da cuenta de la realidad que sufren los cautivos y, sensiblea su dolor, comienza a liberarlos; entregando sus propios bienes compra cautivos a quienes les ayuda a regresar a su patria, a su casa y a reencontrarse con su familia.

La grande espiritualidad de Pedro Nolasco, su deseo de imitar a Cristo quien, siendo Dios, se hizo hombre para redimirnos del pecado y de la muerte, y su incansable labor en favor de los cautivos, le lleva a vivir una experiencia con la Virgen María. La noche del 01 al 02 de agosto de 1218, la misma Madre de Dios le habló para transmitirle que era deseo de la Santísima Trinidad que fundara una Orden religiosa dedicada en exclusiva al rescate de los cautivos. De acuerdo a la tradición, aquella misma noche, además de ordenar la fundación de la Orden, la Virgen Madre de Dios pidió a Pedro Nolasco que la Orden estuviera dedicada a ella, usando por tanto el hábito blanco en honor a su pureza inmaculada.

Así como María fue el medio del que Dios se valió para que el Redentor naciera y luego muriera por toda la humanidad, ella también es el medio por el cual Dios hizo nacer la Orden de la Merced en el mundo, cuyos hijos ofrecen su vida por el rescate de sus hermanos los cautivos. María es Madre de la Redención. Esta obra de gran caridad en favor de los cautivos llevo a distinguir a Pedro Nolasco y a sus compañeros como los frailes de Santa María y de la Misericordia, es decir de la Merced.

María de la Merced es Madre de los redentores, de todos aquellos que impulsan el carisma redentor y reflejan en su vida la caridad de Cristo, así como también es Madre de los cautivos, patrona de los reclusos, de los privados de libertad, esperanza de los secuestrados y de los cristianos perseguidos. En varias partes del mundo la advocación de nuestra Madre de la Merced ha alcanzado gran reconocimiento, ya sea por los religiosos y religiosas de la Orden que manifiestan su gran amor por ella; o también por la gran cantidad de personas que, colocadas bajo la protección de la Virgen María de la Merced, han alcanzado grandes favores, misericordias grandes en sus vidas, propagando así su amor y devoción.

Nuestra Madre de la Merced es representada con el escudo de la Orden y el hábito blanco, reflejando su pureza inmaculada, hábito que portan los religiosos y religiosas de la Orden mercedaria; en su brazo derecho suele cargar al Niño Jesús, reflejando que es la Madre del Redentor y, con él, Madre de todos los hombres al recibir el encargo de su hijo en la cruz: “Mujer, ahí está tu hijo; hijo, ahí está tu Madre” (Jn. 19,26-27). En la mano derecha porta las cadenas recordando que ella ha bajado del cielo a liberar de sus grilletes, de sus ataduras y prisiones a todos los hombres y mujeres y quiere llevarlos a la experiencia de la verdadera libertad manifestada en su hijo Jesucristo; en la mano izquierda porta el santo escapulario que todos los fieles laicos consagrados a ella llevan sobre su pecho como signo de consagración a su amor liberador.

Celebrar a nuestra Madre, la Virgen María de la Merced, es recordar que cada uno de nosotros esta llamado a la experiencia de la libertad plena, la cual sólo es posible alcanzarlacuando se entrega todo por Cristo. No podemos negar que hoy en día existen diversos tipos de cautividades que buscan encarcelar el corazón de la persona. La cautividad sumerge al hombre en una pérdida de identidad, de autonomía, le lleva a vivir bajo los dictámenes de otros, le impide descubrir el plan de Dios en su vida y lo somete a atmósferas de pesimismo, intransigencia e incluso de odio; en definitiva, la cautividad lleva a vivir sin esperanza.

Todas las cautividades desde físicas hasta mentales, ideológicas, emocionales o sociales intentan deshumanizar la vida, es decir, hacernos indiferentes ante el dolor del prójimo, e incluso ante el propio sufrimiento. Cuando no somos capaces de detectar el dolor, nos hacemos incapaces también para el amor, pues en Cristo en la cruz encontramos la expresión máxima de la misericordia: sólo el amor que se entrega hasta la muerte puede generar la vida; y aquel que no sabe mirar al crucificado del presente, no puede comprender al Crucificado del Gólgota.

Dios nunca permanece indiferente al dolor humano y María de la Merced es el signo de esperanza y misericordia con el que responde al clamor del cautivo del siglo XIII. Maria de la Merced es la presencia del diálogo amoroso entre Dios y el hombre que sufre. Hoy como ayer, ella viene a nosotros en este siglo XXI para encontrar fuerzas nuevas en nuestro caminar, invitándonos a que, como fieles discípulos de su hijo Jesucristo, vivamos con manos y corazones libres para mostrar al mundo signos de verdadera misericordia que transformen vidas.

 

“Oh Madre de prodigios,

¡Señora de Mercedes!,

ya que hacer tantas cosas

maravillosas puedes,

pues fuiste la esencia

del nardo de Jesús,

aquieta nuestras ansias,

mitiga nuestras penas,

y con tus manos blancas

de gracias llenas,

socorre nuestras almas

que tienen sed de amor”

 

Leave a comment