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I. Meditación desde la Compañía

Un término antiguo pero fundamental:

P. Rafael Velasco SJ

Provincia Argentino-Uruguaya de la Compañía de Jesús

En los años de formación se nos hablaba de celo apostólico. Este término refiere a un ardor que moviliza a ir más allá apostólicamente, a llevar el evangelio más allá de las fronteras. Por celo apostólico se embarcó Francisco Javier en una aventura memorable o Mateo Ricci “descubrió” China; otros compañeros nuestros en América (Quino, Roque González…) anunciaron el Evangelio defendiendo a los pueblos originarios de la codicia de los conquistadores. El tiempo, el revisionismo y demás gangas del iluminismo ha hecho su tarea en nuestras almas y esa cualidad ha caído en desuso; es más, citarla te hace sospechoso de conservador o tradicionalista. Hoy preferimos hablar de otras cosas: planificación apostólica, reestructuración, reconfiguración, de preferencias apostólicas, colaboración… el Celo apostólico no es una cualidad invocada como deseable.

El viejo Abraham y su ejemplo

Para reflexionar sobre esto quisiera ayudarme de la contemplación del texto de Gn 18 en el que Abraham se encuentra con Dios en el encinar de Mambré. El viejo Abraham está ya mayor, (como la Compañía), sin embargo, no pierde su mirada contemplativa. En el momento de más calor (el peor momento del día) dice el texto, que Abraham no está apantallándose y mirando hacia adentro de la carpa, está con la mirada hacia afuera, hacia la realidad en el peor momento del día.  Una luz a nuestra realidad: Este momento muy duro de humanidad y en nuestros países de Latinoamérica lo sabemos bien, no es tiempo de estar mirando para adentro de la carpa a ver si vendemos algún mueble o tenemos que achicarla, es tiempo de seguir mirando hacia la realidad con mirada contemplativa, como quien de verdad espera algo, no con la mirada resabiada del que ya nada espera y mira solo para distraerse o para relatar la realidad con sesudos análisis que solo nos atraen la autofelicitación. En este momento de exacerbación de la crueldad, como Abraham, tenemos que estar atentos para distinguir el paso del Señor; porque pasa, está pasando, al modo de siempre, de personas que sufren el peor momento de la jornada, en sedientos y hambrientos peregrinos de un mundo hambriento y sediento de Justicia, pero sobre todo de Dios.

Y Abraham no solo vio: vio y se movilizó, se puso en movimiento, salió a su encuentro y les dijo una frase que hace tiempo utilizo como petición en mi oración, “Señor si quieres hacerme un favor, no pases de largo frente a tu servidor”.

Señor, no pases de largo frente a tus servidores, los jesuitas. El Señor pasa y hay que ponerse en movimiento para servir, Abraham emprende una actividad frenética para ofrecerle al Señor lo que tiene, va a hacer pan, a preparar el animal para comer, …y Dios lo bendice con la fecundidad, le promete un hijo, le dice el año próximo volverá sin falta; siempre está pasando el Señor, y le dice que tendrá un hijo, es decir que será fecundo.

La raíz de nuestra fecundidad (apostólica y vocacional) está en esa mirada contemplativa en medio de la realidad cruel, eso implica ser hombres de oración, y por eso celosos del paso de Dios, de identificarlo y servirlo…. De esa clase de servicio, del que Dios inspira, surge la fecundidad. El texto, (los biblistas me disculparán) tiene una ironía interesante. El nombre del Hijo será Isaac, que significa Dios sonríe, ese hijo es la sonrisa de Dios, y a su vez Sara sonríe con escepticismo, y cierto cinismo “con lo viejo que es mi marido… y con lo vieja que estoy yo…”

La sonrisa de Sara que disgusta a Dios, se asemeja demasiado a muchas de nuestras sonrisas respecto del futuro de la Compañía, o de la realidad actual de la Compañía, una sonrisa irónica, desesperanzada, cínica, la sonrisa de los criterios mundanos.

¿Qué otra cosa sino criterios mundanos son las categorías de “decadencia” que algunos repiten? Quienes afirman que la Compañía está en decadencia, en el fondo valoran de acuerdo a las categorías de esplendor, éxito – fracaso a nivel mundano, y nosotros, ya se sabe, seguimos a Aquel que tuvo su más grande “éxito”” en la Cruz.

Me da la impresión de que en este momento histórico de la Compañía hacemos demasiado énfasis en cuestiones que tienen cierto sabor mundano también: la gestión de obras, las planificaciones apostólicas, las reconfiguraciones, la sustentabilidad de planes y obras, y al final se “achica” la carpa recortando las obras más débiles que por lo general están cerca de los más débiles y pobres. A algunos les parecerá comprensible esta actitud de “asegurar la carpa” dado que en este momento agobiante del día el desconcierto es general y nadie tiene la fórmula de nada. Pero la realidad más profunda es que somos seguidores de Aquel que entró al mundo como un hijo no planificado, y fue recibido con lo que había, en la precariedad de todo, se lo envolvió en pañales, se lo acogió como venía, pero con infinita ternura…y Dios proveyó, a Su modo. En los Hogares de Cristo donde atendemos y acompañamos en su recuperación a personas que han caído en las garras de las adicciones, se habla de “recibir la vida como viene”; porque así es la dinámica de Dios, la del viejo Abraham y la de las personas de Dios, como por ejemplo, las señoras de los barrios que se conmueven y desde lo que tienen, que suele ser muy poco, arman comedores para los niños con hambre o dan su tiempo para acompañar a jóvenes con problemas, o visitar a ancianos solos… etc.

Los periféricos…

Muchas veces pienso que los que hacen que la Compañía valga la pena no son, por lo general, los que transitan el mainstream (lo dice alguien del mainstream) son más bien los periféricos que se dejaron guiar por su celo apostólico, ellos son quienes han traído novedades valiosas. A saber: Pedro Claver, estuvo a punto de ser expulsado de la Compañía por su celo apostólico con los esclavos negros, el padre Hurtado, no era de los que manejaban la provincia, comenzó recibiendo la vida como venía con su camioneta verde, y ya sabemos lo que ocurrió; el padre Mateo Ricci y sus aventuras en China cambiaron el concepto de evangelización; el padre Velas que comenzó con un matrimonio bondadoso que abrió su casa para educar a niños muy pobres…hoy fe y alegría es un holding educativo que seguramente haría que Velas se hiciera no pocas preguntas.

Hay claro, santas excepciones como el padre Arrupe, que sacudió a la Compañía siendo General; pero lo hizo porque nunca dejó de mirar desde la periferia (que es desde donde tienen su domicilio “las tres divinas personas” que miran “toda la planicie o redondez de la tierra”). Ellos y otros muchos, hicieron avanzar la Compañía porque, como el viejo Abraham, estaban atentos al paso de Dios, y no mirando hacia adentro de la cómoda carpa.

Como bien sugiere nuestra primera preferencia apostólica, no se puede ser contemplativos en la acción, si no se es contemplativo en la oración. Familiaridad con Dios, lo primero, para así intuirlo en la realidad, aun en el peor momento de la jornada, aún en medio de crisis por denuncias, o con jesuitas que no están muy contentos, en medio de lo agobiante de los requerimientos de las obras, de los problemas de dinero, y de poder, etc…en medio de ese calor sofocante del medio día, es fundamental mirar, contemplar el paso de Dios y ponerse en movimiento, salir de la carpa, de la comodidad del aire acondicionado y fajarnos con la realidad, allí donde Cristo padece en la humanidad.

Comprendo que la comparación de Abraham puede parecer extemporánea, dado que hay otros ejemplos evangélicos, pero me pareció que la figura de Abraham como alguien entrado en años puede venirnos bien a la Compañía que ya tiene sus años. Podríamos usar claro la comparación del pastor que va a buscar la oveja perdida hasta encontrarla dejando las 99 que están seguras y que le dan seguridad y se adentró en la “audacia de lo improbable”; o el Samaritano que conmovido por el hermano apaleado se detiene y cambia su agenda, se transforma en enfermero, en cuidador, en generador de posadas para apaleados, busca colaboradores como el posadero…nada planificado.

Contemplando la realidad

El viejo Abraham me sigue dando qué pensar y qué sentir. Me gustaría vernos jesuitas menos planificadores y más contemplativos, menos preocupados por relevancia o decadencia y más servidores entusiasmados del Señor que viene pasando en el momento más aduro de la humanidad, menos gestores y más apóstoles, menos sonrientes a lo Sara y más fecundos…

Para estar atentos al espíritu hay que orar y examinar, y entonces recibir la vida como viene, salir a buscar… al fin y al cabo, por vocación nos definimos como seguidores de Cristo pobre y humilde que no tuvo donde reclinar la cabeza, que nos envía como ovejas en medio de lobos, que predicó y se acercó a los que sufrían de cualquier condición y terminó, ya lo sabemos en la cruz desde donde nace la Vida en abundancia de la resurrección.

Comencé hablando del celo apostólico, ese que movió a Arrupe a organizar una acogida a los refugiados, ese celo que movió a Hurtado a recoger a los niños y jóvenes que dormían bajo el puente, el que animó al padre Velas a comenzar el embrión de Fe y Alegría… Ese celo deseo para nosotros jesuitas. El viejo Abraham nos da algunas pistas para seguir en estos tiempos difíciles, en lo más arduo de la jornada.

Señor, si querés hacernos un favor, no pases de largo delante de tus servidores

 

*Si deseas conocer más sobre la Compañía de Jesús, te invitamos a conocer estos libros.

 

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