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I. Para comprender el «Padre Nuestro»

Iván Ruiz Armenta*

El Padre Nuestro es la oración predilecta del cristiano. Esto en gran parte se debe al hecho de haber sido enseñada por el mismo Jesús a sus discípulos. Los evangelios de Mateo 6, 9-13 y de Lucas 11, 2-4 nos dan cuenta de ello. Según la versión mateana, esta oración abre con una invocación al Padre y continúa con siete peticiones:

  1. Padre nuestro que estás en el cielo
  2. Santificado sea tu nombre
  3. Venga a nosotros tu reino
  4. Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo
  5. Danos hoy nuestro pan de cada día
  6. Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden
  7. No nos dejes caer en tentación
  8. Líbranos del mal
  9. Amén

Estas líneas quieren concentrarse en la primera línea: “Padre nuestro que estás en el cielo”. Pero para su mejor reflexión la dividiremos en dos partes: 1) “Padre nuestro”; y 2) “que estás en el cielo”.

 

Que se le llame Padre a Dios es una enseñanza que Jesús, el Cristo, nos dejó. A fuerza de repetir o insistir en la paternidad de Dios se puede olvidar que dicha palabra es un término relacional. En efecto, nadie que no sea hijo puede llamarle a alguien padre; nadie que no haya engendrado un hijo puede ser llamado padre. Dicho en otras palabras, para llamarle a Dios “Padre” es necesario que nosotros seamos y nos comportemos como sus hijos.

El que seamos hijos de Dios se nos ha dado sólo por el hecho de haber sido creados y llamados a la vida por él. A nosotros los cristianos, mediante el Bautismo, se nos da como gracia el ser sus hijos sacramentales por adopción.

Esto no es sinónimo de que los no bautizados no son hijos de Dios. También lo son, pero no sacramentalmente. Como sea, bautizados o no bautizados, todos los hombres y mujeres estamos llamados a transformar el mundo en una casa común digna de ser habitada.

Ahora bien, la palabra “nuestro” se trata de un plural. No decimos “Padre mío”. Desde el inicio se presenta la dimensión comunitaria de la fe. No sólo yo soy hijo; somos hijos todos los que hemos sido creados por su Amor. Esto me transforma en responsable directo del “otro-hijo” de Dios. No puedo llamarle “nuestro” si me comporto de manera egoísta queriéndolo sólo y totalmente para mí.

 

Para ir entrando en un clima de reflexión podemos plantearnos algunas preguntas que nos lleven a mejor reflexionar el inicio de tan bella oración. Cuando le digo a Dios “Padre”:

  • ¿Sólo quiero que él me responda como Padre, pero que eso no me implique nada en lo absoluto?
  • ¿Lo experimento como un Padre cercano?
  • ¿Me siento su hijo(a)?
  • ¿Me comporto como su hijo(a)?
  • ¿Lo experimento como un padre desde mi propia experiencia de paternidad o sólo lo repito porque es una oración ya hecha?
  • ¿Me siento hermano del “otro-hijo” de Dios?

Toda esta reflexión puede ser conectada con el “que estás en el cielo”. Quizá muchas veces nos hemos encontrado rezando esta parte del Padre nuestro teniendo en mente un “cielo geográfico”, es decir, un lugar como el centro de la Ciudad de México, una biblioteca o un jardín. Pero el cielo no es precisamente un lugar físico. Es, más bien, la cercanía y siempre permanencia de Dios en la propia vida.

Que Dios “esté” en el cielo no implica que no es cercano a nosotros. Todo lo contrario. Él siempre está entre nosotros, ahí donde dos o tres nos reunamos en su nombre (cf. Mt 18,20). Que digamos que está en el cielo es reconocer que está más allá de la inmanencia de este mundo, pero que eso no implica que esté fuera de él. Reconocemos su grandeza, pero sin olvidar la cercanía que le da el ser nuestro Padre.

De esto dicho, también podemos desprender un grupo de preguntas:

  • ¿Qué es para mí el cielo?
  • ¿Experimento a Dios como un Padre cercano o como una divinidad lejana?
  • ¿Permito a Dios estar entre nosotros mediante la oración comunitaria o sólo me permito hacer oración personal?

Para concluir con nuestra reflexión, les invito a que tomemos como resumen las siguientes expresiones:

  • Padre: ha de significar relación íntima y amorosa entre él y nosotros.
  • Nuestro: ha de recordarnos que el cristianismo tiene en el centro una fe que nace en medio de una comunidad, la cual tiene que comportarse como fraternidad.
  • Que estás en el cielo: ha de recordarnos que Dios es trascendente, pero al mismo tiempo cercano.

En los siguientes meses (días) seguiremos reflexionando en esta oración que el mismo Señor Jesús nos dejó. Te recomendamos estar atento a nuestro blog.

Saludos fraternales.

 

*Maestro de Teología de la Universidad Pontificia de México y del Instituto de Formación  Teológica Intercongregacional de México (IFTIM).

*Para profundizar estos temas te recomendamos nuestros libros.

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