P. David Fernández Dávalos S
En esa fecha, 27 de septiembre de 1540, comenzó una historia heroica que perdura hasta nuestros días: el papa Pablo III, mediante la bula Regimini militantis Ecclesiae, aprobó oficialmente la Compañía de Jesús, fundada por Ignacio de Loyola y sus primeros compañeros. Este acontecimiento no solo marcó el reconocimiento canónico de una nueva orden religiosa, sino que también abrió el camino para la consolidación de una fuerza espiritual, intelectual y misionera que desempeñaría un papel central en la Reforma católica y en la expansión de la cristiandad hacia otras partes del mundo. La Obra Nacional de la Buena Prensa es parte de esa historia.
El contexto en que surge la aprobación de la Compañía de Jesús está muy ligado a los desafíos de la época. Era el tiempo de la fractura religiosa provocada por la Reforma protestante y se requería, por tanto, de una renovación interna de la Iglesia. También era la época de la expansión geográfica europea hacia América y Asia, que demandaba misioneros preparados. La bula de Pablo III no solo respondió a estas necesidades, sino que inició una de las instituciones más influyentes desde entonces hasta nuestros días.
El contexto histórico
A comienzos del siglo XVI, la Iglesia atravesaba una crisis profunda. El cisma protestante, iniciado por Martín Lutero en 1517, había debilitado la unidad religiosa de Europa, mientras que los abusos internos, como la corrupción clerical y la falta de formación del clero, exigían una reforma urgente. El papado de Pablo III (1534–1549) se caracterizó precisamente por impulsar medidas de renovación, entre ellas la convocatoria del Concilio de Trento (1545), uno de los más importantes en la historia eclesial.
En este panorama, surgieron nuevos movimientos espirituales que buscaban una vida cristiana más auténtica. Entre ellos se encontraba Ignacio de Loyola, antiguo soldado convertido en peregrino y luego en fundador. Junto con compañeros como Pedro Fabro, Francisco Javier, Diego Laínez y Alfonso Salmerón, formó un grupo de estudiantes en París que hicieron votos de pobreza y castidad, y prometieron peregrinar a Jerusalén o, si esto no fuera posible, ponerse al servicio del papa. Este núcleo inicial fue el germen de la futura Compañía de Jesús.
La aprobación papal
La bula firmada por Pablo III constituye el acto fundacional oficial de la Compañía de Jesús. En ella, el Papa reconocía la nueva orden religiosa y autorizaba su existencia dentro de la Iglesia.
Un aspecto central del documento fue la definición del carisma jesuita, es decir, de la gracia que Dios había dado a ese nuevo grupo religioso: un cuerpo de hombres que, bajo la guía de un superior general, se entregaba al cuidado de las personas y a la defensa y propagación de la fe, especialmente mediante la educación, la predicación y las misiones. La bula también subrayaba la obediencia especial al papa, otorgando a los jesuitas un carácter distintivo frente a otras órdenes.
Significado de la aprobación
La aprobación papal tuvo múltiples dimensiones:
- Dimensión eclesial: La Iglesia reconocía oficialmente un nuevo instrumento para su renovación interna. Los jesuitas serían protagonistas en la formación del clero, la enseñanza universitaria y la predicación popular.
- Dimensión misionera: Al declararse dispuestos a ir “a cualquier parte del mundo donde el Papa los enviara”, los jesuitas se convirtieron en la vanguardia de la evangelización global. Ejemplo de ello es la misión de Francisco Javier en la India, Japón y las puertas de China.
- Dimensión cultural: La Compañía de Jesús se destacó desde sus inicios en el ámbito educativo. Su red de colegios y universidades no solo formó sacerdotes, sino también a laicos influyentes, lo cual contribuyó al fortalecimiento de la identidad católica frente al protestantismo.
- Dimensión política: Aunque los jesuitas no buscaban directamente el poder político, su influencia sobre monarcas, nobles y diplomáticos fue considerable. Su rol como confesores de reyes y asesores espirituales influyó, para bien o para mal, en decisiones de Estado.
Repercusiones inmediatas
Tras la aprobación, la Compañía de Jesús comenzó una rápida expansión. Ignacio fue elegido como primer superior general en 1541 y estableció en Roma la casa madre. En pocos años, los jesuitas se encontraban en Italia, España, Portugal, Alemania y más allá.
Francisco Javier emprendió su célebre misión a Asia en 1541, convirtiéndose en el prototipo del misionero jesuita. En Europa, figuras como Pedro Canisio se destacaron en la defensa de la fe católica frente al protestantismo. En paralelo, Ignacio dedicaba sus energías a consolidar la espiritualidad de los Ejercicios Espirituales y a organizar los colegios, que pronto serían reconocidos por su alta calidad académica y humana.
Mientras otras órdenes, como los dominicos o franciscanos, habían nacido en contextos medievales y con estructuras más tradicionales, los jesuitas se presentaban como una orden flexible, móvil y dispuesta a adaptarse. Su énfasis en la obediencia, la formación intelectual y la disponibilidad universal resultaba sumamente atractivo para un pontífice que enfrentaba crisis internas y externas.
Un camino abierto al futuro
La aprobación de la Compañía de Jesús no fue simplemente un acto administrativo, sino un acontecimiento que transformó la historia de la Iglesia y del mundo moderno. Dio vida a una orden religiosa que fue concebida y estaba preparada para responder a los desafíos de su tiempo con flexibilidad y creatividad, pero también para adaptarse a cada momento histórico que le tocara vivir. El gesto de Pablo III mostró su visión para impulsar una Iglesia renovada y dinámica, capaz de enfrentar tanto la crisis interna como los retos de un mundo en expansión. Esos retos siguen animando hoy a la Iglesia y a la Compañía en ella, además de los que ahora enfrentamos: las guerras, las desigualdades y discriminaciones, las distintas violencias, la inteligencia artificial, las redes sociales y sus repercusiones en la vida colectiva y personal, las migraciones, la educación, entre muchos otros más.
En definitiva, aquel 27 de septiembre no solo se aprobó una orden religiosa, sino que se inauguró un camino, no exento de errores y dificultades, que continúa influyendo en la espiritualidad, la cultura, la justicia y la educación hasta nuestros días.
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