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Mes ignaciano. La vida de san Ignacio de Loyola y su legado

*Tiempo de lectura: 5 minutos*

¿Conoces la vida de Ignacio de Loyola? ¿Su legado? ¿Su espiritualidad? Si no sabes nada, acá te la contamos en breve. Celebra este mes de julio dedicado a san Ignacio de Loyola y su legado.

Era el hijo menor de los Loyola

Íñigo López de Loyola, era el nombre de pila de Ignacio. Nació en Azpeitia, País Vasco (España) en 1491. Era el “benjamín” de una familia de nueve hijos. ¿Qué podía esperar Íñigo siendo el último hijo de una familia noble, pero no exageradamente rica? Nada de esa fortuna. Íñigo tenía que buscar su propio camino y fue con eso en mente que trató de hacerse de un nombre desde muy pequeño. Intentó hacer carrera en el mundo eclesiástico, pero no funcionó, pues usaba su título para protegerse. Luego intentó en el mundo cortesano bajo la protección del mayordomo de la reina Isabel, Juan Velázquez de Cuéllar (S. XV-1517), y tampoco funcionó, pues su protector cae en desgracia y muere.

Casa-torre donde nación san Ignacio de Loyola (Azpeitia)

Ya en 1517, a la edad de 26 años, decidió tomar el camino militar y fue a Pamplona (reino de Navarra) al encuentro de Antonio Manrique de Lara, duque de Nájera (1515-1535) para apoyar la lucha contra los franceses. Resultó que estalla el conflicto. Íñigo estaba ahí dispuesto y orgulloso para luchar en favor de Navarra. La ciudad de Pamplona se entrega sin pelear. Solamente los soldados de la ciudadela se negaban, entre ellos estaba Íñigo liderando el combate.

Y una bala de cañón…

El 20 de mayo de 1521, Íñigo y un puñado de soldados siguen luchando contra el ejército francés. De un momento a otro, una bala de cañón le golpea en la pierna derecha, le destroza la rodilla y le causa daño en la otra pierna. Ese fue el acontecimiento que detuvo el ataque, que de por sí estaba perdido. El grupo se rinde.

Íñigo yace en el suelo, derrotado y herido. Aunque se ha ganado el respeto de los franceses, su vida corre peligro. Para salvarlo, le hacen breves curaciones y le envían a Loyola para ver si se recupera totalmente.

Íñigo como militar

El peregrino

Estuvo diez meses en recuperación. Le dieron poca esperanza de vida. Pero se salvó. En casa familiar lo curaron, le asistieron, le acompañaron. En un momento en que estaba más recuperado, pidió libros de aventuras para entretenerse, pero solamente había libros piadosos: vida de santos y una vida de Cristo.

Íñigo en recuperación en Loyola

Fue en sus lecturas cuando en su interior empezó a sentir algo: satisfacción y tristeza. Ese fue el inicio del discernimiento espiritual. Al inicio pensaba en una aventura de caballero, luchando por una dama, y se sentía feliz, pero esa felicidad se nublaba de la nada.

La cueva de Manresa en la actualidad

Al no tener libros de caballería a la mano, su mente cambió el objetivo y empezó a imaginar a santo Domingo y san Francisco de Asís, predicando el mensaje de Jesús a todas las personas. Y fue ahí, en esa imaginería, que la felicidad y alegría eran más plena y le llenaban más el corazón. A este movimiento se le conoce como “consolación”, mientras que al pasajero y que al final se convertía en tristeza, se le conoce como “desolación”.

Ante esos afectos, Íñigo no tuvo reparo en encaminarse de nuevo, pero ahora bajo el mensaje de Jesús, su Señor. Inicia en él una vida interior más completa y aprende de ello. Se aparta de su familia, se dirige a Montserrat y a Manresa, hace mucha oración, penitencia y ayuno. En Manresa empieza a escribir lo que posteriormente conocemos como los Ejercicios Espirituales. Fue en Manresa también en donde tiene visiones divinas y en donde decide, después de un periodo de un año (1522-1523), ir a Jerusalén para conocer las tierras de Jesús.

Ilustración de san Ignacio de Loyola en la cueva de Manresa

En Jerusalén estuvo alrededor de un mes. Regresa a Europa, concretamente llega a Venecia en enero de 1524. En ese periodo fue y vino a Roma, Barcelona, Alcalá y otras regiones de España. Mucha gente le buscaba para pedirle orientación espiritual, dado que lo consideraban una persona de Dios. Sin embargo, las autoridades eclesiásticas le impidieron hacerlo al no tener autorización ni estudios que lo respaldaran. Fue entonces, en 1528, que viaja a París con la finalidad de estudiar y prepararse para el sacerdocio.  Para estas fechas ya era conocido como “el peregrino”, pues sentía que Dios lo guiaba.

“Amigos en el Señor”

En París inicia una vida universitaria. Conoce a Pedro Fabro y Francisco Xavier. Ambos compartían la habitación de estudiantes con Ignacio. Su estancia en París es de 1528 a 1535. Un largo periodo de estudiante. Para sobrevivir, busca quién le ayude. De ese dinero que recibe, Ignacio lo ofrece a otros para solventar sus estudios.

En este periodo, Íñigo cambia su nombre por Ignacio. No sabemos realmente las causas del cambio, pero podemos suponer que fue porque había tomado ya una decisión vital: servir para siempre a Jesús, pobre y humilde, con todo lo que tenía.

En París también conoce a más gente que, al igual que él, quieren entregar su vida a Dios. Además de Pedro Fabro y Francisco Xavier, Ignacio se hace de otros amigos: Diego Laínez, Alfonso Salmerón, Nicolás Bobadilla y Simón Rodrigues. A este primer grupo lo conocemos como “Amigos en el Señor”. Todos motivados por el ejemplo de Ignacio, por su carisma, su vivencia evangélica, su solidaridad ante las personas más necesitadas y su caridad ante el mundo.

Los compañeros hacen planes de ir a Jerusalén, pero se los impide la guerra en aquel momento. Ellos sienten una hermandad, un sentimiento de fraternidad que los une más allá del tiempo y el espacio.

El 15 de agosto de 1534 (Montmartre) hacen sus votos como grupo: prometen ante Dios vivir en pobreza y castidad, trabajar por los más necesitados y predicar el evangelio. Al no poder ir a Jerusalén, el grupo se dirige a Roma para ofrecer sus servicios al Papa y ser enviados a donde más se necesite.

Los votos de Montmartre

Al terminar su periodo parisino, Ignacio visita su hogar en Azpeitia. A su regreso llega a Venecia (1537) y Pedro Fabro le presenta a tres nuevos compañeros: Claudio Jayo, Pascasio Broet y Juan Coduri. Ahora son diez en el grupo. Estos primeros compañeros son los fundadores de lo que después conoceríamos como Compañía de Jesús.

Después de un periodo de discernimiento grupal y trabajo en hospitales, el grupo se dirige a Roma. Tienen una audiencia con el Papa Paulo III quien queda maravillado con el grupo. Les encomienda varias tareas en Roma. El grupo se consolida y en 1540 el Papa proclama la bula “Regimini militantes Ecclesiae” con la que autoriza la creación de una nueva orden religiosa: los jesuitas.

Al final… nos queda su legado

Ignacio fue elegido General de la orden en abril de 1541. Su lema “En todo amar y servir” pronto se vuelve la frase que resume todos los componentes de los jesuitas. De 1541 y hasta 1556, Ignacio se dedica completamente a dirigir a la orden.

Dispersos por varias partes del mundo, los jesuitas reciben las indicaciones de Ignacio. Él escribe cartas a muchas personalidades de su época, da ejercicios espirituales, abre casas de ayuda para mujeres, infancias y personas necesitadas. Escribe las Constituciones, dicta su Autobiografía y planea el rumbo de la Compañía de Jesús. Sigue su andar, sin perder de vista el contexto histórico de su mundo. Desde una habitación en Roma, Ignacio es el líder de los jesuitas.

San Ignacio de Loyola como General de la Orden

En el periodo de 1555 a 1556, la salud de Ignacio se complica. Recaen sus fuerzas. Sale poco. Se siente mal. A mediados de julio de 1556 Ignacio da sus últimas encomiendas para los jesuitas. El 30 de julio, Ignacio agoniza y el 31 de julio, alrededor de las cinco de la mañana, muere rodeado de sus compañeros en Roma. Su vida se acaba, pero su legado sigue.

A través de la Compañía de Jesús su carisma se expande. Y a través de la vivencia y reflexión sobre los Ejercicios Espirituales, la espiritualidad ignaciana sigue atrayendo a personas de todo el mundo.

 

Posterior a su muerte, Ignacio es beatificado el 3 de diciembre de 1609 y canonizado el 12 de marzo de 1622, al lado de Teresa de Jesús, Juan de la Cruz y su amigo y compañero Francisco Xavier. Fue en 1922 cuando el Papa Pío XI lo declara patrono de los Ejercicios Espirituales y de todas las casas y obras relacionadas con ellos.

Si quieres conocer más sobre san Ignacio de Loyola, su espiritualidad y los jesuitas, en Buena Prensa tenemos libros para ti.

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