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Lo plasmado en los Ejercicios Espirituales de san Ignacio de Loyola es lo que conocemos como espiritualidad ignaciana. Te platicamos un poco de qué va.
1. Es una espiritualidad encarnada
San Ignacio comprendió que la experiencia que había recibido de Dios necesita encarnarse en rostros y situaciones concretas, es decir, que todo lo espiritual debe tomar carne en una realidad material. El proyecto de Dios para la humanidad tuvo lugar en la encarnación de Jesús, el Señor pobre y humilde, quien asumió nuestra condición humana, compartió nuestra pobreza y aceptó nuestra miseria (n. 102). Ese es el sentido de toda nuestra fe en Jesús y que san Ignacio experimentó en su vida. Por eso la espiritualidad ignaciana es encarnada, no intimista, te lleva a actuar, pues hay una parte de nuestra fe que necesita encarnarse, que necesita ver cara a cara la realidad rota, los rostros sufrientes y necesitados del mundo.
2. Es una espiritualidad en armonía con la creación entera
En los Ejercicios espirituales san Ignacio nos ofrece la “contemplación para alcanzar amor” (n. 230-237). Y nos dice que el amor debe ponerse más en las obras que en las palabras. Después nos invita a trabajar nuestra memoria y recordar lo que somos como creaturas, a mirar cómo Dios habita y trabaja en beneficio de la creación entera, del mundo, de la naturaleza y de todo lo que en ella habita, pues hay que reconocer que todo ese bien proviene de Dios. Esta contemplación nos invita a reconocernos en Dios y a reconocer que la creación entera es reflejo de su amor, pues la habita y la lleva a su plenitud. La espiritualidad ignaciana es un impulso para el cuidado de la casa común (tierra) y un acercamiento desde la fe a la ecología.
3. Es una espiritualidad cristocéntrica
Lo que más sobresale de la espiritualidad ignaciana es la centralidad en Jesús, a quien Ignacio llamada “el Cristo pobre” (n. 167). Esta identificación con el Jesús de los evangelios y el Jesús histórico lo experimentó san Ignacio en los primeros años de su conversión al planear una peregrinación a Jerusalén para conocer las tierras en donde Jesús vivió. San Ignacio desde un inicio comprendió que es la figura de Jesús la que debemos replicar en nuestra vida y la que debe guiar a quien crea en él. Todas las líneas de la espiritualidad ignaciana parten y nos conducen siempre a dar gracias por tanto bien recibido, pero desde la mirada y mensaje de Cristo. Sin él la espiritualidad es hueca y no tiene ningún fundamento.
4. Es una espiritualidad al servicio de las personas más necesitadas
Al ser una espiritualidad encarnada, en armonía con la creación y cristocéntrica, la experiencia de san Ignacio busca siempre el bien común, lo cual se expresa en plenitud en el “Principio y fundamento” de los Ejercicios (n. 23). Si alguno de dichos elementos faltara sería otra espiritualidad, pero no la ignaciana. En esto consiste su riqueza, que al seguir el mensaje de Cristo, al encarnar la fe en la realidad del mundo y al estar en sintonía con lo que nos rodea, la espiritualidad ignaciana va al encuentro de quien más lo necesita, se encamina hacia las periferias existenciales. Por ello, desde los años setenta en que los jesuitas actualizaron su misión, se dieron cuenta de que la espiritualidad ignaciana los impulsaba a buscar y promover la justicia que la misma fe exige. De ahí que la frase ignaciana “En todo amar y servir” cobre validez al reflexionar sobre ello.
5. Es una espiritualidad en sintonía con nuestros afectos
Algo que tiene de rico la espiritualidad ignaciana es el hacer caso de lo que sentimos, vivimos y pensamos. Los afectos son todo aquello que tenemos en nuestra vida interior y que nos mueve a actuar, a desear, a imaginar. Esto fue uno de los grandes aciertos de san Ignacio, el darse cuenta de que aquello que nos motiva, aquello que sentimos, aquello que imaginamos y pensamos puede venir de Dios o del Mal Espíritu. San Ignacio no tuvo reparo en plasmar en los Ejercicios Espirituales la “aplicación de sentidos” (n. 121-126) para orar y encomendar todo lo que nuestra vida interior tiene a Dios. De ahí que esta espiritualidad sea también llamada una “escuela de los afectos”.
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