Natalia Herrera
I. San Juan XXIII
Conocer a Juan XXIII es acercarnos a una vida luminosa y un histórico pontificado. Cardenal italiano Angelo Giuseppe Roncalli (Sotto il Monte 1881 – Cd del Vaticano1963) fue elegido Papa 28 de octubre de 1958 como sucesor directo del papa Pio XII y 263º sucesor de san Pedro. Su bondadosa sonrisa y elección de nombre sencillo, recordando al misterioso y enérgico predicador del Jordán, testigo incorruptible de la fe y justicia, y el discípulo amado de Cristo, autor del Apocalipsis, escondía una firme y excepcional personalidad quien en su pontificado breve dio vigorosos impulsos a la obra de la Iglesia y conquistó corazones con el testimonio incansable de auténtica bondad.

La máxima que inspiró su pontificado fue: aggiornar, abrir la Iglesia, volverla fraternal, sencilla, mostrarla a los hombres tal cual es en su verdad, imagen de misericordia y de vida autentica, llevar a todos los hombres a Jesucristo.
VIDA
Nació en el norte de Italia, en un pequeño pueblo cerca de Bérgamo, en el seno de una familia campesina humilde y numerosa, profundamente católica. Esta tierra fértil donde la sangre derramada por los mártires del pasado dio semilla de innumerables ejemplares cristianos, fue donde Angelo pasó su infancia y vida joven. Él mismo escribía en su diario: “Yo era un buen muchacho inocente, un poco tímido. Quería a toda costa amar a Dios y no pensaba sino en convertirme en sacerdote al servicio de la almas sencillas que requieren cuidados pacientes y diligentes.” Por su temprana madurez y su evidente vocación fue tempranamente admitido al seminario de Bergamo cumpliendo apenas once años. En 1901 le fue concedida una beca para sus estudios teológicos en el Ateneo Pontificio de San Apolinar en Roma, carrera concluida con doctorado en teología en 1903 a pesar de la breve interrupción para realizar el servicio militar obligatorio entonces aun para clérigos. El 10 de agosto del 1904 fue ordenado sacerdote.
Su corazón anhelaba alcanzar las alturas celestiales, escribe: “Ahí reside el misterio de mi vida. No busquéis otra explicación. Siempre he repetido la frase de San Gregorio Nacianceno: «Tu voluntad, Señor, es nuestra paz».”

En 1905 su obispo, Monseñor Giacomo Tedeschi, lo nombró secretario suyo, capellán de jóvenes, director espiritual y profesor de historia, apologética y patrología en el seminario de Bérgamo. El estallido de la primera guerra mundial llevó a Angelo a ofrecer su servicio como sargento enfermero y capellán.
Después de la guerra fundó una casa de estudios donde se ocupaba de acción católica y de las obras misioneras.
Llevó a cabo pacientes estudios e investigaciones relacionados con la visita de San Carlos Boromeo a Bérgamo en 1575, profundizando en la historia social, política, religiosa y folclórica de Bérgamo. Fue consagrado obispo en marzo del 1925 y fue enviado como representante de Roma a Sofia, capital de Bulgaria en calidad de Visitador apostólico.
Escribía entonces:
“Quiero mi cruz y la bendigo, señor mío Jesús; te lo repito como en el día de mi consagración:
«Tu cruz sea mi gloria eterna.» Mi vida debe de ser como incienso. Si no se usa, es material amorfo; arrojado al fuego arde y difunde en el templo del Señor un perfume de suavidad deliciosa. San José, os ruego, intercedáis por mí.” Luego, durante diez años (entre 1934 y 1944) fue Delegado apostólico en Turquía y Grecia. En diciembre del 1944 en Paris, recibió del papa Pio XII el cargo de Nuncio Apostólico.
Durante ocho años que duró su labor como Nuncio, Monseñor Roncalli supo manejar las situaciones a veces duras y desfavorables. Guiado por la bondad de su corazón, el tacto e inteligencia logró, por ejemplo, que a los prisioneros de guerra alemanes se les diese un trato digno y respetuoso. Jugó papel reconciliador y sanante en el momento de la historia europea herida por las atrocidades de la guerra.
En enero del 1953, con 71 años, el Nuncio fue nombrado Cardenal y Patriarca de Venecia, una etapa nueva de servicio pastoral directo. Su importante servicio diplomático se desvaneció ante nuevos retos, cuando sus días se llenaron de los encuentros cotidianos con la gente sencilla y humilde, visitas a las parroquias, búsqueda de consolar a los enfermos en los hospitales y a los sacerdotes ancianos, visitas a la cárcel para estar con los prisioneros y recepción de personajes famosos del mundo de política, arte o ciencias. Así se presentó Mons. Roncalli al llegar a Venecia:
“Predispuesto a amar a los hombres, me atengo así a la ley del Evangelio, respetuoso de mi derecho y del de los demás, lo que me impide hacer el mal a nadie y me alienta a hacer el bien a todos. Provengo de la humildad. He sido educado en una estrecha y bendita pobreza que exige poco, pero que garantiza el desarrollo de las virtudes más nobles y más altas y prepara a las grandes ascensiones de la vida.”
Su aura de espontaneidad y cercanía, su bondad sonriente y serenidad de hombre de Dios le permitieron cumplir con la misión de conducir a la grey encomendada.

LA ELECCIÓN Y DOS ENCÍCLICAS
El martes del 28 de octubre del 1958, la reunión del Conclave eligió nuevo Papa, anunciado al pueblo romano y a la orbe entera: “Habemos Papam, Eminentissimum ac Reverendissimum Josephum Roncalli, qui sibi nomen imposuit Joannem XXIII”.
Cardenal Roncalli tenia entonces setenta y ocho años. Los frutos de su corto pontificado son ocho encíclicas, y numerosos documentos pontificios. Cabe destacar la Encíclica “Mater et Magistra” (1961) en donde resplandece el tema de desarrollo social y económico a la luz de la doctrina social de la iglesia, el principio directivo de la sociología cristiana, la eminente dignidad del hombre y la justicia. Su finalidad es promoción del hombre, especialmente, de los obreros. “Los bienes creados por Dios para todos deben llegar en forma equitativa a todos, según los principios de la justicia y la caridad.”(MM, 119). La Iglesia tiene una misión religiosa que esta comprometida en la defensa del hombre y en la lucha por la justicia en las relaciones sociales. Otra Encíclica del Papa Juan XXIII que presentaba una novedad importante fue la Encíclica “Pacem In Terris” publicada en abril del 1963 y escrita en el contexto de la Guerra Fría. Se dirigía por primera vez no solo a los quinientos millones de católicos sino a “todos los hombres de buena voluntad”. Habla con lenguaje sencillo,directo, de hombre a hombre. “La paz en la tierra, anhelo profundo de los seres humanos de todos los tiempos, no puede establecerse ni consolidarse si no se respeta fielmente el orden establecido por Dios”(PT,1).
Destacan en la Encíclica los principios de la paz que propone el corazón bondadoso del Papa: “La verdad como fundamento, la justicia como regla, el amor como motor, la libertad como clima”.
EL CONCILIO Y LA MUERTE
Cuando el Papa manifestó su deseo de convocar a un concilio, dejó mudos a los Cardenales presentes. Parecía una empresa capaz de apartar al mas valiente. Pero el Papa firme en su deseo de la renovación interna de la Iglesia Católica, afirmaba que la renovación buscada debía comprender la reafirmación de los principios cristianos en que se inspira y sobre los cuales reposa el desenvolvimiento de la vida en todos sus aspectos: cívicos, políticos, sociales y económicos. Animado profundamente por la esperanza, el Papa convocaba el Concilio preocupado por los problemas graves de la Religión y “para promover el incremento de la fe católica, una saludable renovación de las costumbres del pueblo cristiano y para adaptar mejor la disciplina eclesiástica a las circunstancias de nuestro tiempo.” El Papa compuso una oración que dirigió a los padres conciliares, reflejo de su piedad y su vida espiritual íntima:
“Espíritu Santo Paráclito, perfecciona en nosotros la obra iniciada por Jesús; haz fuerte y continua la plegaria que elevamos en nombre del mundo entero; acelera para cada uno de nosotros los tiempo de una profunda vida interior; da impulso a nuestro apostolado, que quiere llegar a todos los hombres y a todos los pueblos, todos redimidos por la Sangre de Cristo y todos herencia suya. Mortifica en nosotros la natural presunción y levántanos a las regiones de la santa humildad, del verdadero temor de Dios, del ánimo generoso. Que ninguna atadura terrena impida hacer honor a nuestra vocación; que ningún interés, por negligencia nuestra, mortifique las exigencias de la justicia; que ningún cálculo reduzca espacios inmensos de la caridad a la estrechez de los pequeños egoísmos. Que todo sea grande en nosotros; la búsqueda y el culto de la verdad, la prontitud para el sacrificio hasta la cruz y la muerte; y que todo, finalmente, corresponda a la última plegaria del Hijo al Padre Celestial, y a esa efusión que de Ti, Santo Espíritu de Amor, quisieron el Padre y el Hijo sobre la Iglesia y sus Instituciones, sobre cada una de las almas y sobre los pueblos.
Amén. Amén. Aleluya, aleluya.”
El tiempo dirá que la semilla lanzada en el surco por el valiente Pontífice, dará frutos de unidad, paz y caridad.
Fueron cuatro días de una agonía que anunciaba su muerte, donde en los últimos momentos parecía como si su cuerpo no existiera y su espíritu, en adelante y para siempre, viviera en unión con Cristo. En esa hora de espera, hubo conmoción en el mundo, especialmente entre los humildes; protestantes, árabes, budistas, judios, y todos los hijos de su Iglesia que pedían por él. Avisado por su médico que la muerte era cuestión de horas, el rostro del papa Juan resplandeció con una sonrisa dulce y dijo: “Le agradezco mucho, porque me ha hecho usted una gran caridad, me ha prevenido a tiempo que yo debo salir al encuentro de la muerte y así desde este momento olvidarme de pensamientos terrestres para ocuparme de mi alma.˝ Así, una vez más, el Papa bueno nos mostró en esa hora del término de la vida, la riqueza inmensa de su alma y la calidad de la vida de su espíritu. La serena confianza de la firme esperanza que Dios pone en el alma, fruto de un largo, paciente y esforzado trabajo interior, de madurez espiritual. El papa Juan murió el día lunes de Pentecostés del año del Señor de 1963.
El fecundo Pontificado de Juan XXIII visto en el inicio como un “pontificado de transición”, sorprendió al mundo por la recia y singular personalidad del Vicario de Cristo. El papa Juan guiado por el Espíritu divino, dio el testimonio de la bondad y la comprensión de los legítimos anhelos e inquietudes del hombre. Soñaba con la Iglesia renovada, abierta al mundo y unida. Cumplió su mandato, que Dios le envío, como a los Juanes bíblicos y para nuestra época encarnó el mensaje del Evangelio en figura del Padre bondadoso y sencillo, cuya familia era Roma y sus hijos el mundo entero.
El 27 de abril del año 2014 Papa Francisco celebró la canonización conjunta de dos grandes papas: Juan XXIII y Juan Pablo II.

II. S. Juan Pablo II
San Juan Pablo II ha asumido el designo de conducir la Iglesia en el nuevo milenio, de fortalecer a la Iglesia. El sello distintivo del nuevo Pontífice fue fidelidad y persistente servicio a la verdad, dirigiéndose no a convertir a los paganos sino a despertar a los cristianos, reintegrarlos a la familia cristiana por medio de una nueva evangelización con el fin de una renovación eclesial y una presencia mas vigorosa de la Iglesia en la sociedad. La formulación de la doctrina social de la Iglesia por el Papa como un sendero teológico donde toda la realidad temporal cobra una nueva dimensión por la luz del Evangelio constituyó un verdadero giro copernicano con el eje de su exposición magisterial en el concepto de la persona humana y sus derechos.
En la encíclica «Redemptoris Hominis» (1979) Juan Pablo II presento la antropología teológica donde el hombre es el camino de la Iglesia, cuyo paradigma es Jesucristo, perfectus Deus y perfectos homo. Fe en Dios y amor por el hombre serán las características del pontificado de Juan Pablo II. Subrayando la fuerza moral en la vida de los pueblos el Papa será quien pondrá fin a un periodo histórico de lamentables desencuentros. Sin ningún acto de violencia presenta esta antropologia demostrando que el hombre no puede existir sin Dios.
PERDONAR Y RECONCILIAR
Guiado por la radicalidad del amor cristiano a todo hombre el papa Juan Pablo II a lo largo de los años de su servicio como sucesor de Pedro trazó incansablemente caminos hacia ecumenismo y diálogo interreligioso. Destacó su esfuerzo por reconciliar a los cristianos y los judíos, «nuestros queridos hermanos mayores” y quedó en la memoria del mundo la emblemática imagen del Papa quien, durante su viaje a Oriente Medio en marzo del 2000, colocó en la ranura del Muro de las Lamentaciones, el único vestigio del que fue Templo de Jerusalén una carta en la que pidió el perdón divino por lo males causados a lo largo de los siglos por los cristianos a los judíos: «Dios de nuestros padres (…) estamos profundamente apenados por el comportamientos de cuantos en el curso de la historia han hecho sufrir a estos tus hijos y pidiéndote perdón, queremos comprometernos en una autentica fraternidad con el pueblo de la Alianza.» Otro acto memorable del Papa, complice de frecuentes rupturas del protocolo fue la visita en la cárcel con la ceremonia de la confesión y absolución de los pecados del turco Mehmet Ali Agca supuestamente enviado por los servicios secretos búlgaros o la KGB en mayo del 1981 para atentar contra el Sumo Pontífice hiriendo en la mano, brazo y abdomen.
Haber sobrevivido al atentado no solo causó el gran acto del perdón al verdugo. El Papa convencido que la Virgen lo salvó, en acto de agradecimiento, ha hecho engarzar la bala asesina en la corona de Nuestra Señora de Fatima y donó la faja blanca que llevaba el día que recibió los disparos a Santuario de Nuestra Señora de Czestochowa en Jasna Góra, Polonia. En 1987 publicó encíclica Redemptoris Mater, una reflexión sobre el significado de María en el misterio de Cristo y en la vida de la Iglesia.

VIAJES Y ENCICLICAS
«Quiero llegar a todos aquellos que rezan. Desde el beduino en la estepa hasta la carmelita descalza. Quisiera traspasar el umbral de cada uno de los hogares.»
Juan Pablo II, el Papa viajero ha hecho de los viajes un instrumento permanente de evangelización. Visitando sistemáticamente las diversas iglesias de los cinco continentes ha podido encontrarse personalmente con los miembros de diferentes comunidades en su propio ambiente, así como recibir directamente las quejas y las protestas y profundizar en las dificultades. El fruto de sus viajes ha sido la proliferación de nuevos beatos. El Papa, convencido de que las generaciones jóvenes necesitan más que nunca modelos de vida cristiana así como las comunidades del Tercer y Cuarto Mundo necesitan santos propios de sus comunidades, optó por elevar a los altares a figuras significativas laicas y de sacerdotes diocesanos reverenciados en sus iglesias locales pero desconocidos en la Iglesia universal. El papa Juan Pablo II celebró 147 ceremonias de beatificación y 51 de canonización, con un total de 482 santos.
Entre sus principales documentos se encuentran catorce Encíclicas, quince Exhortaciones apostólicas, once Constituciones apostólicas, cuarenta y cinco Cartas apostólicas y cinco libros. Ademas de cuestiones doctrinales o sacramentales, el papa aborda diversos temas, entre ellos se ocupa de aspectos sociales, condenando tanto el socialismo como el capitalismo salvaje y exigiendo solidaridad y justicia social. El papa promulgó el Catecismo de la Iglesia Católica.
Buscando mayor intensidad espiritual y como el amoroso Padre la «familia Dei» convocó el Año de la Redención, el Año Mariano y el Año de la Eucaristía. Vocero del nuevo espíritu instituyó la celebración de las Jornadas Mundiales de la Juventud.

CONCLUSIÓN
El Papa Juan Pablo II murió sábado 2 de abril del 2005, en el Año de la Misericordia. Lo despedían multitudes entristecidas, elevanron al cielo un grito «¡santo súbito!» Los funerales solemnes en la Plaza de San Pedro y la sepultura en las grutas vaticanas fueron celebrados el 8 de abril.
La solemne ceremonia de beatificación, presidida por el papa Benedicto XVI tuvo lugar 1 de mayo del 2011, en el atrio de la Basílica de San Pedro. El papa Francisco celebró el rito de canonización de Juan Pablo II el 27 de abril de 2014. Karol Wojtyla, hombre de Dios, ha escrito con su fecunda vida una hermosa biografía de amor.

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